La gente del local bailaba al ritmo de la música guasca y bebían autentico
“aguardiente antioqueño”.
-
¿Para dónde va? - Un hombre alto y negro se acerco a
nosotros. Cavul le entrego un fajo de dinero y el sujeto nos llevo a las
bodegas.
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Una ventana – Cavul amontono una pila de canastas de
cervezas y partió el vidrio - Deme su mano – pase mi cuerpo por el
agujero y después lo ayude a él. Corrimos nuevamente por la mitad de la calle -
¿Conoce algún sitio?
-
Sí, está a dos cuadras.
-
¿Qué es?
-
Unas bodegas – me iba a quedar sin pies, el hombre corría
como un loco.
-
Vamos entonces.
Eran unas bodegas abandonadas. Cavul partió la segunda ventana del día y se
impulso al interior, me ayudo a bajar y reino la oscuridad.
-
No me suelte – le suplique.
-
¿Tiene miedo?
-
Soy claustrofóbica.
-
Interesante, pero no estamos en un espacio cerrado –
comenzó a caminar y piso algo que emitió un chillido, inmediatamente salte –
hay ratas.
-
¿En serio? No me diga.
-
Sí le digo – me
prendí más a su chaqueta.
-
Vamos con los demás.
-
Vaya usted con los demás.
-
Estoy hablando en plural – estaba muerta del susto,
detestaba la oscuridad, las ratas eran mi peor pesadilla y para colmo estaba
empapada a causa de la lluvia.
-
No, tengo cosas que hacer – siguió caminando.
-
¿Puede ver por dónde va?
-
No.
-
Entonces ¿Por qué diablos no se queda quieto?
-
Mire, nadie la obligo a venir.
-
Deje ya el temita.
-
Entonces quédese calladita – entro a otra habitación y
rebusco en las paredes algún interruptor.
-
Dudo mucho que aun tenga luz – y por arte de magia se
encendió una bombilla amarilla.
-
Hay que cerrar la puerta.
-
Primero mire si no hay ratas o algo peor – el sitio no era más grande que un cuarto de baño,
tenía una cantidad de cajas apiladas y no contaba con ventanas.
-
No hay tiempo – cerro de un solo golpe la puerta.
-
Me imagino que esa cosa abre por dentro.
-
Claro ya me había fijado - Se sentó en una de las cajas y
se quito la chaqueta - ¿Tiene miedo ahora?
-
No. Gracias.
-
Bien. Mañana se va con Cartto.
-
¿Usted qué piensa hacer?
-
No es de su incumbencia.
Nos quedamos en silencio un buen rato. Tenía toda la ropa
empapada y ya sentía que el frio me estaba congelando los huesos. El lugar olía
a humedad y el ambiente era como el de un congelador.
-
¿Tiene frio?
-
Un poco.
-
El bombillo nos va a mantener calientes.
-
Eso espero – de un momento a otro nos quedamos sin luz.
-
Mierda ¿Tenía que dañarse hoy? – lo escuche treparse en
la caja y pelear con el aparato.
-
Salgamos de aquí.
-
No creo que podamos – escuchaba sus dientes castañear –
nos están siguiendo.
-
¿Cartto…estará…?
-
Debe estar con Rojas – saco un celular y escribió un
mensaje, le contestaron enseguida – están separados, pero todos están bien. Hay
que escondernos, aun nos persiguen.
-
¿Usted pensaba mandarme…?
-
Fue una estupidez, pero pensé que todos iban a tomar el
plan inicial y se iban a reunir en el “parque de los deseos” – Nos quedamos
callados otra vez y solo se escuchaba era el castañear de nuestros dientes.
-
¡Qué frio de mierda!
-
Quítese la ropa.
-
¿Perdón?
-
La ropa mojada produce más frío.
-
¿No me diga qué?… ¿Esta desnudo?
-
Desde hace un buen rato – me quede de piedra
¿En qué momento? Yo no lo había sentido.
-
Dios yo… - me comencé a quitar la chaqueta, la camiseta,
los zapatos y los pantalones. La ropa interior estaba mojada entonces también
me la quite. Todo lo puse a un lado.
-
¿Siente frio?
-
Claro y ahora en más de un sitio.
-
Tápese con su cuerpo.
-
No soy una cobija.
-
Buena idea – escuche cuando se levantaba y se sentaba a
mi lado. Si estaba desnudo, paso su mano por mi espalda. Sus dientes
castañeaban con fuerza – vamos a darnos calor el uno al otro.
-
¿Qué tengo que hacer? – me mordí los labios, esto iba
hacer insoportable.
Sin decir ninguna palabra me acerco más a él, nos quedamos así un buen
tiempo, su mano rodeaba mi espalda y mi
cabeza descansaba en su hombro. Esto no estaba funcionando.
-
Aun tengo frío – escuche nuevamente sus dientes.
-
Yo también… - no se escuchaba normal. Me acomode más y
puse mi mano en su frente, estaba helado.
-
¿Se siente bien?
-
No… lo… creo…yo… - estaba completamente frío. Me acerque
un poco más y toque su pecho, su respiración era irregular más lenta y pausada.
-
Esta muy frío ¿Qué le duele?
-
El… bra…zo… - era tan frustrante no se podía ver nada.
Toque su brazo y sentí la sangre seca. No había agujero, así que era un simple
rasguño.
-
Acuéstese – el hombre se acomodo en el piso. No sabía qué
hacer, pero lo primero era hacerlo entrar en calor.
Me senté en su vientre, era una posición bastante reveladora, pero no podía
ponerme con cosas ahora. Frote mis manos intento ganar un poco de calor, cuando
estuve segura que estaban en una buena temperatura las puse en su rostro. Hice
eso varias veces.
-
¿Cómo se siente?
-
Frio… mucho…
Pase mis manos por toda la longitud de su cuerpo, frote mis manos varias
veces y me senté es su piernas, tenía que calentarle los pies también. Al cabo
de un buen rato me acosté encima de él. Y comencé a susurrarle una canción de
cuna que Rosario me había enseñado.
Lo sentí moverse un poco y me acomode más encima de él. Se sentía menos frío, toque su rostro
nuevamente. Me detuve en su ojo malo, tenía el parche e intente quitarlo, pero
volteo la cara.
-
¿Mejor?
-
Si… gracias… yo…
-
¿Usted siempre verdad? – me dieron ganas de reír. Me
senté en su vientre nuevamente, mis rodillas tocaban el piso, mientras mi
centro tenía contacto con el vello de su estomago.
-
Yo… mierda…se…
-
¿Quiere que me baje? – me moví un poco más en su
estomago.
-
No…si…
-
¿Tiene frio?
-
Calor… mucho…
-
¡Dios! Póngase de acuerdo – baje mi cuerpo otra vez y el
roce de sus pecho con el mío fue asombroso – se siente también – suspire.
-
¿En… serio? – tenía mi rostro a centímetros de él, podía
sentir sus respiración haciéndome cosquillas en la mejilla.
-¿Beso a Nadil? - susurre
-
¿Perdón? ¿Nadil?
-
Ella dijo que usted besaba muy bien.
-
Pues… yo también lo creo.
-
Ya está hablando mejor – sonreí. Sentí sus manos que
tocaban mis caderas. No era una caricia sexual, pero mandaron chispas por todo
mi cuerpo. Jamás nadie me había hecho sentir aquello.
-
Sí ¿Usted tiene frío?
-
Ya no ¿Le duele el brazo? – me moví un poco más y apreté
mis caderas en su vientre.
-
¡Por Dios mujer deje de moverse!
-
¿Lo estoy lastimando?
-
Peor, me está torturando.
-
Yo… ¿Torturando?
-
¿No me diga que no sabe de lo que le estoy hablando?
-
En realidad…
-
Le dije que no me dijera – ahora sus manos vagaban por
mis rodillas y subían lentamente por mi trasero – Quiero salir de esta vivo,
bájese o no respondo de mí.
-
¿Usted quiere hacerlo conmigo?
-
¿Perdón?
-
¿Quiere tener sexo conmigo? – una de sus manos abandono
mi pierna y sentí su ausencia – Yo también quiero.
-
No estamos hablando el mismo idioma.
-
¿No quiere? – era frustrante, esta era la primera vez
que nadie me obligaba hacerlo y el
hombre en cuestión no quería.
-
¡Maldición! Claro que quiero pero…
-
Yo no le digo nada a nadie. Se lo prometo – y me senté
nuevamente en su vientre – Rosario no se va a enterar – me estaba vendiendo y
humillando de lo lindo. Pero quería sentir todas aquellas cosas que describían las
chicas de Juana y la misma Rosa. Lo quería a él.
-
¿Qué tiene que ver Rosario? – lo escuche sonreír.
-
Pues que le gusta.
-
Es linda, pero…
-
¿Lo vamos hacer?
-
Eres impaciente – se incorporo y quedamos en una posición
algo extraña – escúchame no quiero
hacerte daño, hay muchas cosas en juego.
Esta Cartto y eres su hermanita. No sé si estoy seguro de que…
-
No te pido nada, solo un momento de placer. Mañana borrón
y cuenta nueva – él paso su mano por mi cabello y termino de soltarlo por
completo. Ese sí que era un gesto tierno.
Acerco mi cabeza a la suya y roso mis labios con los suyos. Pero yo quería
más, mordí suavemente su labio y el beso con fuerza los míos. Su boca sabía a
dulces frescos. Era un beso diferente, por primera vez no sentí asco de
alguien. Introdujo su lengua e inicio una danza maravillosa. Enrede mis dedos en
su cabello e intensificamos el momento.
Tamara Urrutia